jueves, 13 de marzo de 2008

Punto, segundo.

Se siente perdida y deja de hablar para observar cómo se difumina en la sombra de un sonido encarcelado por dedos que deciden el destino de su voz. Al tiempo, otro contempla el alejamiento de su sucia mano, que huele a viejo.
Y es un viejo. Un viejo atado a una silla, atado a una creencia antigua. Convencido de que es lo correcto, que es lo único y que vale la pena morir por ello.
Ella observa pesadamente, buscando descifrarle. Bebe del sudor detrás de su oreja, deseando absorber sus ideas, su experiencia y su edad. Le desata una mano queriendo liberarlo, él no se mueve, no quiere hacerlo. Le besa la mano mostrando su sumisión absoluta, él la ignora y permanece observando el fondo de ese muro que ha creado en sus ojos para limitarse.
-Yo he visto la escalera- dijo ella
-Yo la escalé y al llegar al límite, pude volar y alejarme de todo esto. Volé en el agua para ahogarme y olvidarlos, para que se confundan sin mí. Yo sé que me extrañas, yo sé que te hago falta-respondió
-Mucha falta, más que nadie.
-Pero estoy encerrado en esta realidad inexistente, en esta realidad que nadie comprende. Perdóname, no puedo volver.
Se sumió en la silla atándose a sí mismo. Le fascinaba la idea de estar encadenado a sus ideas. Le apasionaba no entender sus sentimientos y dejarse llevar por ellos, hasta el límite, hasta sudar sangre.
Los libros en el suelo parecían tan atractivos. Los insectos alrededor tan familiares. El polvo sabía a oxígeno en la naríz, el humo a luz en los ojos. Pero en realidad lo quemaban, lo mataban.
Ella no pudo mas que alejarse. Tras ella el polvo que le pertenecía, los insectos que la amaban.